
Hace años en una peli caracterizaron en Pepito Grillo la conciencia que te hace escoger las buenas acciones. Lo que no sabían los de la Disney es que en algunas personas ese bichejo acaba mutando y se convierte en un monstruito verde tocanarices que no te deja hacer nada divertido sin sentirte después culpable.
La mala conciencia, ese sentimiento que se supone que tanto bien hace por la humanidad, impidiendo que la gente se porte mal (aunque la verdad es que tampoco lo consigue) acabará un día con muchas personas, porqué he llegado a la conclusión de que no puede ser bueno darle tantas vueltas a la cabeza cada vez que se hace algo.
Sería más fácil decir lo que pensamos a la gente sin temer que les causará un trauma que les inducirá a la depresión más profunda y al alcoholismo, para acabar haciéndose miembros de una secta adoradora de Karmele Marchante recién llegada de la isla y que se acaben tiñendo el pelo de rubio pollo como ella.
O poder comerse un trozo de pastel de chocolate sin imaginarte después que la cinta métrica de los anuncios de los “Special K” saldrá de la tele para perseguirte por toda tu casa obligándote a cenar cereales el resto de tu vida.
O poder levantarse (mi preferida, sin duda) a las dos del mediodía después de una noche de juerga y no pensar que la mañana desperdiciada sin trabajar/estudiar/arreglar la casa/etc influirá en tu carrera profesional impidiéndote llegar al sueldo digno de todo mileurista que se precie, obligándote a presentarte a un concurso del tipo “tienes talento” haciendo el pino con las orejas para conseguir dinero.
Si mi hada madrina viniese a verme, le pediría el don de la despreocupación.
La mala conciencia, ese sentimiento que se supone que tanto bien hace por la humanidad, impidiendo que la gente se porte mal (aunque la verdad es que tampoco lo consigue) acabará un día con muchas personas, porqué he llegado a la conclusión de que no puede ser bueno darle tantas vueltas a la cabeza cada vez que se hace algo.
Sería más fácil decir lo que pensamos a la gente sin temer que les causará un trauma que les inducirá a la depresión más profunda y al alcoholismo, para acabar haciéndose miembros de una secta adoradora de Karmele Marchante recién llegada de la isla y que se acaben tiñendo el pelo de rubio pollo como ella.
O poder comerse un trozo de pastel de chocolate sin imaginarte después que la cinta métrica de los anuncios de los “Special K” saldrá de la tele para perseguirte por toda tu casa obligándote a cenar cereales el resto de tu vida.
O poder levantarse (mi preferida, sin duda) a las dos del mediodía después de una noche de juerga y no pensar que la mañana desperdiciada sin trabajar/estudiar/arreglar la casa/etc influirá en tu carrera profesional impidiéndote llegar al sueldo digno de todo mileurista que se precie, obligándote a presentarte a un concurso del tipo “tienes talento” haciendo el pino con las orejas para conseguir dinero.
Si mi hada madrina viniese a verme, le pediría el don de la despreocupación.